"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Torta de cerdo

TORTA DE CERDO “¡Noo, no, no y no!” Expresó Mariquita con actitud enojadísima. Y continuó: “¡No puede ser, Ana! ¡¿Cómo le va a poner tu mamá a la torta, grasa de chancho?!¡Qué asco!” Mariquita, junto a Ana, su compañerita de segundo grado, se encontraban paradas en la cocina de la casa de Ana, mirando sobre la mesa y mesada. Había platos sucios por doquier, cubiertos dentro de la pileta, cacerolas apiladas sucias, y una fuente grande, en el medio de la mesa, repleta de grasa de cerdo, fría y endurecida. Encima de los elementos, varias moscas rondaban apetentes de lo que allí se servía, ya que el aroma a cerdo asado, reinaba en toda la estancia. La maestra esa tarde, les había hablado, que en los próximos días, en dos domingos más, se festejaba el Día de la Madre. En conmemoración, ella había decidido, hacer entre las niñas, una rifa. Que cada alumna del curso, comprara dos o más números, y con el dinero recaudado, se podría elaborar una rica torta para obsequiar a la mamá cuyo número saliera sorteado en beneficio. Preguntó entonces, qué alumna tenía una mamá, una tía o abuela, que supiera hacer tortas de cumpleaños. Tres niñas levantaron sus manos y la maestra Flavia, las llamó, para que pasaran al frente. Les hizo sacar un fósforo a cada una. La que eligiera el de más larga madera, sería la favorecida para hacer la torta. Ana María, quien se sentaba cerca de la pared, en la mitad de la fila de bancos, era la agraciada para la elaboración del pastel, que según Flavia, debía tener aspecto de torta de cumpleaños. Sacó un cálculo estimativo de los gastos y le puso precio a los números. Tenía en su poder, ya comprado en la librería, un talonario para repartir. Les advirtió, que no los perdieran y que trataran de vender la mayor cantidad de números posibles. Con esta actividad, la maestra Flavia, se aseguraba responsabilidad, memoria, verificación de números de dos y tres cifras, por lo cual aprovechó para repasar centenas, decenas y unidades; además las niñas debían esforzarse por vencer su timidez e increpar a otras personas, para estimular sus relaciones sociales con vecinos, familiares o amigos de sus padres o abuelos. Tenían varios días, para rendir el dinero de las ventas. Mientras, le dio a Ana, un dinero estimativo que costaría la ejecución de la torta. Al propio tiempo, la mamá de la niña, debía rendir gastos, y el sobrante de la venta de los números, si se superaba, se entregaría en donación a la Cooperadora de la escuela. Durante el recreo largo, la maestra habló con Ana a solas, para preguntarle si creía que su mamá, estaría de acuerdo en elaborar ese postre. Ella conocía bien cada familia y cada caso. La mamá de Ana era viuda, con dos niñas, siendo Ana la mayor. Vivían en la parte posterior de la casa de los abuelos maternos, en una precaria vivienda de madera bastante pequeña. Las niñas prácticamente, se educaban con los abuelos, ya que su madre trabajaba mañana y tarde, en el servicio doméstico. Sin embargo, aseguró Ana, los sábados y domingos estaba en casa. Por lo que en esos días prepararía la tarta. La maestra Flavia, sabía muy bien, que si lograba la mamá de Ana hacer esa obra, la niña incrementaría su alegría y su autoestima. Confió en la actitud positiva de su alumna y le dio un dinero que según estimaba, cubriría los gastos. Anotó en un cuaderno el valor que entregaba, mostrándoselo a la niña, y pidiéndole pusiera allí su nombre. “¿Esto es una firma, señorita Flavia?” En el cuaderno de comunicaciones, puso una nota, dirigida a la madre de Ana. Pasado el recreo más largo, llamó a las niñas a sentarse y prestar atención. Les daría diez números a cada una, y pasarían de una a una hasta el escritorio, guardando el orden del grado. Mientras, todo el curso, debía dibujar… había que ilustrar lo que quisieran, pero bajo la temática: “El día de las madres”. Las niñas, arrimadas al escritorio, iban recibiendo diez números cada una, que guardaban en la solapa posterior del cuaderno, donde tenían un sobre con los papeles glasé de colores. A propósito, no escribió en el cuaderno de comunicaciones sobre la rifa de las alumnas, para que en lo posible, se tratara de una sorpresa e incrementar responsabilidades en ellas. Les sugirió, hablaran con papá o con algún abuelo o tutor, para que si ganaban la torta, fuera una total sorpresa. Sin embargo, tenían la libertad de comprar todos los números para sus familias o bien venderlos a vecinos o conocidos. Esa tarde, Mariquita fue a la casa de Ana, quien vivía en la esquina, sin cruzar la calle, en la misma manzana. Alba acostumbraba a mirarla hasta que ingresara al interior y posteriormente, la buscaba a las dos horas aproximadamente. La amiga y compañera de grado, la hizo pasar hasta la cocina. La vajilla sin lavar de varios días, cubría casi toda la encimera. Sucedía que la madre no había tenido tiempo para lavarla. Ana le comentó que al llegar de la escuela, esa tarde, alcanzó a contarle lo sucedido, y su mamá, pese al cansancio, no se había molestado. Al contrario, se había mostrado conforme, pues preparar tortas, era su mayor placer artesanal. Comentó, además, que sus abuelos, justo habían “carneado” un cerdo en los fondos de la casa. Habían asado parte de la carne y toda la grasa que habían extraído, era bastante, y serviría adecuadamente, para elaborar el pastel… Mariquita sentía náuseas, y pidió salieran al patio. Ambas se sentaron en el juego de jardín que allí había, al lado de unas enredaderas. Los abuelos cuidaban de muchísimas plantas y canarios. El espacio era bastante acogedor, calmando a Mariquita. Cuando la mamá fue a buscarle, no podía contar sin atropellarse con las palabras, sobre todo lo sucedido esa tarde. Alba sonrió y dijo a Mariquita, que la pastelería usaba en muchas ocasiones, grasa de cerdo para las confituras… Alba no pudo evitar reír, cuando vio en el rostro de su hija, una terrible expresión de pleno asco. Jéssica, vivía en la casa de enfrente. Su madre también preparaba tortas, pizzas, empanadas. Tanto la mamá como la abuela materna, vivían juntas con dos niñas y tenían una mercería y librería de artículos escolares. Sin embargo, años atrás, antes de que los padres de Jessica se separaran, vivían en San Juan y allí tenían una pizzería. Por eso sabían de cocina y preparados exquisitos, que Mariquita había probado en los cumpleaños de cualquiera de las hermanas. Le comentó a Jessica, que la madre de Ana, haría la torta con grasa de chancho… mientras cometía la chismografía, gesticulaba con asco. Fue la gran sorpresa de Mariquita, encontrar el rostro de su amiga impávido… sin expresión alguna. Cuando Mariquita culminó, Jessica le dijo que su mamá también derretía grasa de cerdo, para sus preparados y confituras. Que hacía a las masas, más tiernas y sabrosas. El desconcierto de Mariquita, iba aumentando día a día. Finalmente logró vender todos los números, a los abuelos, vecinos de sus abuelos y se quedó con dos. Todo este proceso era acompañado por la supervisión de Alba, quien aprobaba la actitud más madura de su niña, en ofrecer, vender, recibir pagos y dar vueltos, obtener conocimientos del dinero, los tiempos, la socialización y mayor expresión, como un estímulo a la responsabilidad. El sorteo, se hacía con la lotería de la provincia, del día sábado al mediodía, en las dos últimas cifras en coincidencia. Mariquita tenía cuatro números. Dos le pertenecían, pero los otros dos, los tenía guardados en la cartuchera, porque eran de Jessica, quien ese fin de semana, no estaría, ya que viajaban con su hermanita a San Juan, a visitar a su padre. Alba miró los números que habían salido en la lotería provincial y se los dijo a Mariquita, para que ella cotejara con los que poseía, pues no recordaban ambas qué cifra tenían desde que los guardara por primera vez. Alba abrió impulsivamente la cartuchera de Mariquita y pudo verificar, que esos números, coincidían con los obtenidos en la lotería… Alba sintió un sobresalto y una profunda emoción, que por instantes la conmocionó. Mariquita miraba la escena: a su madre casi llorando de alegría, mientras le decía, que nunca había sacado nada en suerte durante su vida, con los dos números de Jessica, agitándolos como volantes en una mano. Fue muy fugaz, sin embargo, pasó por su mente inicialmente… el no desilusionar a su mamá. Simplemente decirle que sí. Jessica ni recordaría cuáles eran sus números. Además, ni imaginaría que sacaría esa lotería. Su mamá, era experta también en tortas… ¿Para qué querría otra? Mas, ese instante, tan efímero, que ni siquiera fue advertido por Alba, pasó y su corazón honesto pudo más… “¡Noo, no mamá! ¡Noo, ésos son los números de Jessica! ¡Fue Jessica quien ganó la rifa!” Con rapidez, Alba se compuso y preguntó dónde estaban sus números. Mariquita sacó el cuaderno y buscó en el sobre de la tapa, en la solapa posterior. Se los pasó a su madre. Las terminaciones no coincidían en nada, en las decenas ni unidades. Muy bien Mariquita, dijo Alba. Has sido una niña honesta. Así se debe ser. Si son los números de Jessica, le contaremos y cuando regrese, se pondrá contenta. Su madre tendrá una hermosa torta en su día. Mariquita se sintió culpable… ella no tenía nada lindo para regalarle a su mamá. Fueron a la esquina, a saludar a la mamá de Ana y ver la torta. Le contarían además, quién había sido la agraciada del premio y que lo sabían, ya que a Mariquita, se le había confiado el guardado del número. Betty, sonrió y les invitó a pasar y ver la torta. Esta vez, la casa de Ana, no parecía en nada a lo que ella había presenciado la semana anterior. La cocina estaba muy bien aseada, inclusive hasta perfumada con vainilla y limón. Todo brillaba. En una repisa, lucía maravillosa, en una fuente con preciosa blonda ondeada, una torta blanca, repleta de ondas de crema. Con una rosa grande roja y dos blancas naturales, del jardín de la abuela de las primeras de esa primavera. Alba quedó boquiabierta… maravillada de lo bello que era ese pastel: Grande, impactante, muy llamativo. “La maestra Flavia, me dio bastante dinero para hacerla, dijo Betty. Tiene más de dos kilos de dulce de leche, diez piononos de vainilla, almíbar de duraznos, trocitos de frutillas y duraznos en su interior. Además, le agregué nueces y avellanas picadas. Merengue y mucha crema chantilly. Pesa ocho kilos. Es que…. pensé que quien la ganara, si por casualidad era la mamá de alguna de las niñas, podría convidarnos a las otras mamás. ¿Les parece?” Alba asintió contenta. Y aseguró que la mamá de Jessica seguro, que compartiría esa torta gigante. Regresadas a casa, caminaron las dos en silencio. Ingresaron aún calladas y Alba observó el rostro compungido de Mariquita. AL preguntarle si le sucedía algo, ésta le dijo… ”Creo que soy mala, mamá.” Alba se sentó junto a ella, y mientras bebían un vaso de leche se dispuso a escuchar el comentario de su niña, sabiendo previamente, que aparecerían nuevas lecciones… para su hija. ”Soy mala mamá, porque me burlé de la grasa de chancho de la torta de Ana. Porque me burlé de lo sucio del sitio, dándome más asco el pensar en una torta de esa casa. Cuando sacaste los números de Jessica, pensé primero en no decirte, para que te quedaras con el premio, lo que te encontré tan contenta, y hubiera sido mentirosa… ¡casi lo fui! Y ahora tengo envidia. Nunca sacaste nada en la suerte, y la torta te gustó mucho y yo no fui capaz de sacar el premio para vos. No sirvo para nada. Encima… ¡no tengo nada para regalarte mañana!”! Mientras decía estas últimas palabras, Mariquita se había quebrado ya en llanto. Alba sonrió plenamente, y su cara se iluminó de un brillo muy especial. Miró con una amplia sonrisa a su hija y la atrajo hacia sí sentándola en sus faldas, como hacía muchas veces para besarla, mimarla y coincidir ambas en alguna conclusión o aprendizaje. “Todo lo contrario, Mariquita, mi hija muy querida. Mañana seré la mamá más afortunada. Mañana, tendré el mejor regalo que una mamá pueda tener de sus hijos. Mañana, recordaré que Mariquita mi hija, es hermosa por dentro, porque… es sincera, honesta, limpia, reconoce sus errores, se arrepiente a tiempo y dice… ¡la verdad!” Apretándola aún más entre sus brazos y cubriéndola de besos en la cabecita, dijo ya con emoción: “Mariquita, ¡Sos… mi Gran Tesoro!” ©Renée Escape

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